domingo, 16 de octubre de 2011

Luchar por la dignidad

Luchar por la dignidad

No podemos quedarnos con los brazos cruzados. No debemos practicar una vez más ese deporte tan usual de encoger los hombros y mirar para otra parte. No lo digo solo porque los derechos del profesorado están siendo recortados sino, sobre todo, porque la calidad y la equidad de la enseñanza sean dañadas.



Ese compromiso con la dignidad exige en este momento, a mi juicio, cuando menos, no estar callados.

El trato que está recibiendo la educación (especialmente la pública) en algunas comunidades de este país exige una postura enérgica, sostenida y colegiada que muestre la indignación y el desacuerdo de los y las docentes. Pienso que esa postura está vinculada a la defensa de la dignidad y del bien común.
Calificar, como Esperanza Aguirre ha dicho, la protesta como “absurda, irracional y política” subraya la concepción que ella tiene del profesorado. Ya sé que no se puede meter en un saco a todo el profesorado como si de un colectivo uniforme y alineado se tratara. Estoy hablando de una buena parte de ese colectivo que se muestra a partes iguales decepcionado e indignado.
Acabo de leer en la prensa que la Presidenta de la Comunidad de Madrid le ha dicho al Ministro de Educación: “Quiero que dimitas”. Más que un deseo (respetable), parece una orden (inadmisible). Sospecho que la causa es la suposición que ella alberga de que el Ministro ha alentado la protesta de los docentes. ¿Lo sabe a ciencia cierta? ¿Lo da por cierto aunque él lo desmienta? Pero, sobre todo, ¿son éstos y éstas tan tontos, tan manipulables, para ir a una protesta si no quieren formularla, para ir a una huelga si no quieren hacerla?
Mi querido amigo Horacio Muros me envía desde San Rafael (Argentina) un texto del profesor Daniel Prieto (en esencia, un educador) que quiero compartir con los lectores y lectoras, porque está lleno de sabiduría y porque, además, tiene mucho que ver con el momento que estamos viviendo, un momento que exige una posición clara y firme en defensa de una educación digna.
Voy a citar algunos párrafos del escrito del profesor Daniel Prieto, porque creo que vienen, como anillo al dedo, para nuestra situación. Sé que la cita es demasiado larga, pero existen más riesgos de manipular el texto cuando la referencia es demasiado breve y está descontextualizada.
“Es muy difícil apoyar la construcción de dignidades desde la humillación. Y ésta tiene en nuestro campo muchas fuentes:
-el lugar social de la educación en la política;
-el menosprecio de la función docente;
-el menosprecio de la experiencia y de la práctica de cada educador;
-el menosprecio de la cultura y los saberes de cada educador;
-la ausencia de tiempo para pensar, compartir y crecer;
-la ausencia de espacios de interaprendizaje.
Cuando se vive por años una cadena de humillaciones, pueden resultar tan vulnerados los sentimientos y la conciencia que termina uno por aceptarse como humillado, es decir, como derrumbado a ras del suelo. Del no vales, no cuentas, no sientes, se tiende a pasar al no valgo, no cuento, no soy nadie.
Así, uno no desea ser más de lo que es y comienza, de modo inexorable, a dejar de ser.
Para nosotros la pedagogía se ocupa de la dignidad de todos quienes constituyen el fundamento del acto educativo: estudiantes y educadores.
Y como la dignidad no está dada, sino que se trata de un eterno proceso de construcción frente a las acechanzas de la humillación, la tarea para siempre en nuestro campo es sostener una pedagogía empecinada en velar por esa construcción (…).
Estoy en el mundo para que los otros aprendan, para apoyarlos frente a las acechanzas de la humillación, para vivir con ellos la construcción de la propia dignidad.
Y lo hago velando siempre por mi construcción personal, porque sólo así puedo dialogar: desde una dignidad, la mía, a otras (…).
Esta profesión, tan castigada, se desarrolla en lo profundo, en todas sus manifestaciones, en clave comunicacional. La dignidad, el estar de pie frente a los demás para hacer oír la propia voz y para sostener desde la propia mirada la escucha y el diálogo, se entreteje a lo largo de años siempre en clave comunicacional.
Preciosa práctica la nuestra:
Estamos, educadoras y educadores, en el mundo para que otros aprendan, para apoyarlos frente a las acechanzas de la humillación, para vivir con ellos la construcción de la propia dignidad.
Y lo hacemos velando siempre por nuestra construcción personal, porque sólo así podemos dialogar: desde una dignidad, la nuestra, a otras.
Todo esto en clave comunicacional: de pie frente para hacer oír la propia voz y para sostener desde la propia mirada la escucha y el diálogo.
Es ésa la base, es ése el suelo en el cual echamos raíces y nos levantamos.
Todo lo demás son medios”.
Hermoso, profundo y oportuno el texto del profesor Daniel Prieto. Hace algunos años, José Antonio Marina y María de la Válgoma, escribieron un hermoso libro titulado “La lucha por la dignidad”. En él se describe con acierto y con una visión indudablemente optimista, cómo el ser humano ha ido conquistando, de manera individual y colectiva, cotas más altas de dignidad. Y en él se insta a seguir en esa lucha que, probablemente, no tendrá fin.
Se puede vivir la realidad como destinatarios pasivos o como actores críticos y comprometidos. Hombres y mujeres de la educación tenemos que pasar, como decía Paolo Freire, de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. De una postura acomodada a una postura beligerante. De una actitud derrotista a una actitud optimista esperanzada.
Ese compromiso con la dignidad exige en este momento, a mi juicio, cuando menos, no estar callados. Exige liberar la voz para dialogar y exigir, para expresar la indignación y demandar lo que es justo y necesario para una educación de calidad.

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